jueves, 29 de septiembre de 2011

Extraño Paseo Por El Coliseo (Pte 1)

Capítulo I: Voy al coliseo a prenderme fuego

Llegué de forma accidentada, no por ir a los tumbos, sino porque una rama relámpago rompió el paragolpes delantero del vehiculo hiriéndolo levemente, pero este, lanzaba molestos quejidos de dolor. Luego de evadir ciertas multas, degustaba las piñas que había llevado en la plaza del pueblo. Extraños fantasmas de lugares lejanos me acompañaron en el rito sagrado, al instante el Duende Negro apareció para hacer las paces; el encuentro fue tan pequeño como unas bocanadas de humo. Retomé mi postura erguida y caminé hacía el lugar predestinado a ser nuestro coliseo esa noche. En las calles, una muy heterogénea mezcla de opulencia y mal gusto; casas, personas prefabricadas y extremadamente amables (pero no chupamedias) dejaban un rastro lindo para vista y desagradable al alma. Los fieles discípulos del tirano del arpa esperábamos.

Entre palabras de mi mente, una combinación de colores, confirmaba lo que estaba pensando; el club local enarbolaba el oro y el negro. Una chispa creó la pregunta de obvia respuesta, ¿Dónde estaba eso que contrastaba rotundamente con el oro que mostraban los otros? Sabía sin ningún lugar a dudas que en ese pueblo había algo que molestaba al gringaje, que dejaba a los habitantes ese vino picado que tomaban todos los días. Solo faltaba encontrarlo.

Esquivando centinelas llegue a una de las puertas del asombroso estadio. De mala gana me dieron las indicaciones para ingresar por el lugar correcto, seguí caminado. El viento se puso molesto, pero era divertido ver a las ninfas tratando de mostrar sus rostros a pesar de sus cabellos. Eso que tanto duda me generaba no tardó en iluminar su cara, como imitando a esas niñas. Desbordado de los químicos que vomitaban las fábricas grises, se encontraba una fosa como herida abierta, la eterna separación de ese pueblo que parecía predestinado a la cómoda infracción de dar la espalda.

Continué mi camino observando como esa herida me dejaba al margen de lo que me era fértil; en la vereda opuesta, bajo las luces de los restoranes de ratones de traje y corbata, los vicios caros, de la falsedad del trabajo y la ganancia, de la plástica felicidad inerte. De esas mismas alegrías alérgicas carecían los habitantes de la otra orilla, quizás la mejor parte de ignorar una existencia es la libertad que se le da a esta, algo que sabían explotar. Enérgico, escapé de los tentáculos de la mediocridad enriquecida de baratijas costosas y brillantes, dando la espalda a las espaldas de los mediocres y penetré el puente que cosía el poblado como si se tratara de una sutura desorganizada. Viendo los chaperíos, tirados perezosamente a la sombra de nuestra futura hoguera; donde la gente era sinceramente abierta, y brindada su espíritu a cambio de nada; sentía que estaba mas cerca de esa profecía de ricota que sonaba en mi cabeza. Esa noche el calor de las llamas no las comenzaría el tirano, sino su arpa…