viernes, 30 de diciembre de 2011
El seminarista y el viajero
Patricio llegó caminando hasta la rotonda que se formaba en el cruce de dos calles de tierra, y esperó. Al frente, un campo con girasoles se extendía, según su cálculo, unos 1000 metros, mas allá se veían unos cuantos árboles. A su izquierda, una tapera, algo destruida, el camino encorvaba hacía un costado donde se extendían un par de casas precarias, de chapa, palets, y lona. A la derecha, una casa en ruinas en la esquina, seguida de otra en mismas condiciones, hacia el lado por donde llegó, un almacén y una iglesia. Medio putrefacto miro el estado de todas las construcciones a su alrededor, las ventanas sino carecían de vidrios, sencillamente no tenían; puertas… ¡JA!... inexistentes; techos, solo algunas partes. La única casa con la totalidad de elementos para ser habitable, era la tapera abandonada que se encontraba en la esquina frente
a la rotonda, todo lo habitado era, o precario, o estaba un estado de ruinas. Bajo este panorama casi perfecto, casi desolador, el mediodía saludaba a la tarde con un afecto que ardía a cuarenta grados en la sombra, mientras una mujer de cabellos oscuros, y voluptuosidad cuidadosamente exagerada, salía del almacén al encuentro con Patricio.
- Esto parece un desierto, ¿Qué traes? Mi nombre es Amalia, soy quien registra todas las transacciones comerciales entre las fronteras y las islas.
Al oír esto Patricio no entendió, pero observando a su alrededor, las calles de tierra se transformaron mágicamente en arroyos manteniendo el cause que marcaban los caminos anteriores.
-Solo estoy de paso, viajo sin rumbo fijo. Mi nombre es Patricio.
-Bueno Patricio, acá mucho no vas a encontrar, pero ponete cómodo, la gente es bastante amigable y hospitalaria, si necesitas algo, buscáme en el almacén. Ah, me olvidaba, tengo un presentimiento, de que como todo viajero que llega arrastrado por la corriente, vendrás a hacer justicia, aunque aparente este pueblo paz y tranquilidad. Espero que sea así.
Terminando sus palabras giró y se dirigió al mercado, no hacía falta botes para cruzar esa agua. Patricio miró la tapera, y su curiosidad lo llevó a investigarla.
Al cruzar la calle-río notó que un lugareño paseaba por el césped al lado de la tapera. Llegando hacia el anciano, comenzó a sopla un viento fuerte que inmediatamente destruyó las precarias casas que estaban cerca de la curva.
- Hay que ayudarlos – gritó señalando los restos de los chaperíos.
-Eso quieren todos, pero mirá que rápido se recuperan – dijo el viejo, y automáticamente, como hormigas, unas veinte personas reconstruyeron las casas en un abrir y cerrar de ojos.
-Bueno, supongo que no puedo hacer mucho. Creo que como zona fronteriza podré conseguir algunos productos a precios baratos.
- Seguro, busca las cosas que quieras, después hablá con Amalia, ella maneja todo acá.
En el piso, que como toda costa era invadida por un poco de agua en la orilla que tapaba el pié hasta el tobillo, se encontraban en exhibición varios objetos de los cuales, el único que llamó su atención fue un viejo rifle Winchester modelo 1895, siempre le gustaron las armas viejas, de colección. Lo tomó, probó su funcionalidad y se sorpredió de que estuviera en perfectas condiciones.
-Quiero éste – comentó Patricio al anciano.
-Te recomiendo este – dijo el viejo mostrando un moderno rifle francotirador.
-No, prefiero el que tengo acá, es una reliquia.
-Como quieras, sabés con quien hablar.
Cruzó el río en dirección al almacén, Amalia estaba saliendo, vestida con un vestido que denotaba la sensualidad de su cuerpo, y una peluca rubia, pero siendo tan excitante como la primera vez que la vio.
- ¿Cuánto por este rifle?
- No esta a la venta.
- Insisto, pagaré lo que sea necesario, realmente estoy interesado.
- Ese rifle – En su tono se notaba que alguna carga emocional llevaba consigo el rifle, o un recuerdo de el – Era de mi marido – Caminaban hacia la casa en ruinas de la esquina – Un militar que murió en la Guerra de Malvinas – Amalia observaba como comenzaron a aparecer en su cabeza escenas de su vida matrimonial como ve un borracho las luces de una autopista, la primera, una cena que termino con siete puntos en su cabeza por un injusto plato volador – Era su rifle favorito – Mientras Amalia recordaba como la violó en unas vacaciones en Mar del Plata, casi ahogándola, y golpeando su cabeza contra la arena, llegaron a una esquina de la casa en ruinas, el la tomó de la cintura mirándola a los ojos – Fue una herencia que le dejo su abuelo – Otro golpe en la memoria de la Mujer mientras Patricio besaba el cuello, ella resistía – Es una de las pocas cosas que me quedan de el – Patricio besaba sus pechos – No se si me hace bien seguir recordándolo – Suavemente el levantó el vestido – Vos sabés lo que querés – Patricio la penetró. hicieron el amor por cada rincón de la casa en ruinas terminando en una cama al fondo de esta.
Se despertó una hora mas tarde, miró el cuerpo de Amalia era muy sensual en su exagerada carne, pero delicada en su disposición. Ella todavía dormía, le besó el cuello y no despertó, se vistió y salió por el espacio que dejaba libre en la pared una ventana que no estaba. Miró el pasillo y sintió curiosidad, al fondo veía una tumba.
Caminó unos treinta metros y al frente de la tumba, Patricio se mareó, giró hacia la derecha viendo las catacumbas de la vieja iglesia, varios nichos y placas de mármol cubrían las paredes, atrás de una pequeña grieta se veía el Altar donde estaba un seminarista orando frente al altar, al frente una puerta semiabierta que mostraba los bancos y la entrada principal, se dió cuenta que la construcción tenía forma de ele. Como un fotógrafo invisible que lo cegaba con sus flashes, aparecían los fantasmas de las personas enterradas en ese lugar, podía oírlas diciendo, Miguel Ángel me mató, Miguel Ángel me usó para recibirse de cura, Miguel Ángel era mi amigo, Miguel Ángel me dejo morir; entre tanto caminaba tambaleándose hasta la puerta utilizando de bastón
el rifle.
Cruzó la puerta, dio unos pasos mirando al Seminarista en el altar, frente a la cruz de mármol tallado, pensó que debía tener dos siglos de antigüedad. Un golpe furioso y un tipo metiendose por la entrada principal de la Iglesia le dieron el instinto para arrojarse a un costado, entre los bancos de madera, un hombre corría en dirección a Miguel Ángel con una horquilla de cuatro puntas en las manos. El seminarista giró interrumpiendo su oración, arrojó una biblia que hizo tropezar al agresor y clavó su arma en el medio del pecho dejándolo moribundo. Miguel Ángel tomó la herramienta agrícola, la insertó en cuello del tipo que murió al instante.
Patricio recordaba las palabras de Amelia “Los viajeros hacen justicia en este pueblo”,”vos sabés lo que querés”, empuñó el rifle y mató al futuro cura. Salió y el río volvió a convertirse en camino de tierra, no se encontraba nadie en el pueblo, pero parecía haber alegría en el ambiente, caminó hasta la rotonda y lo interceptó una camioneta.
-¿Querés que te lleve? – Dijo el conductor
-Aquí ya no me queda nada mas por hacer – sonrió y observó el almacén, esperando volver a ver el cuerpo de Amelia. No lo extrañaría, pero recodaría para siempre esas enseñanzas.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Habitantes de la Plaza Tomada (Fragmento de “La Casa de los Espejos”)
Siendo un mero cronista de mis viajes, encontré en esta plaza a dos extraños seres, y solo me remontaré a relatar su crecimiento y ocaso: Jef, era un conejo de criadero muy preocupado por afirmar que cumplía las funciones básicas de la vida (comer, cagar, coger y esperar a la muerte) y vendía flores para comprar maquillaje barato. Junto con el estaba Al, un grillo violinista que vivía encerrado en una caja de fósforos que cada tanto se quemaba. Ambos vagabundeaban constantemente por la plaza, entre cumbias y delirios, planeando cazar una mariposa para reírse de ella, cortarle las alas y dejarla a la deriva, para eso se empolvaban la cara y tejían los hilos de una trampa que dejaría al insecto en sus manos.
Cierto día, entre las nubes y el calor que advierten la tormenta en estas latitudes, se cruzaron con lo que tanto esperaban, una oruga en proceso de transformación. Pensaron que cuando rompiera su pupa, encontrarían la mariposa que tanto deseaban. Mientras se maquillaban y salían a mostrar sus poderes con la gente, estrangulaban sus ideas para el momento final como un adolescente imaginando a una diva mientras se masturba. Antes de que la pupa se rompiera, en un descuido Al tropieza (por culpa de la mente envenenada de Jef) y se rompe la nariz, con tanta mala suerte que la sangre le lleno los pulmones y murió, no sin sufrir lo justo y necesario.
Quedando solo Jef para alimentar sus fantasías, reunió a todos los habitantes de la plaza el día que se rompió lentamente la pupa, aparecieron el duende negro, yo que estaba preparando brebajes en un costado, el fantasma de Al con su reflejo femenino, y varios pescados aduladores a cambio de un poco de maquillaje. Observaron por una hora el proceso, como se movía, como se rasgaba de a poco el envoltorio natural, y la impaciencia de Jef (se notaba en la baba que despedía a borbotones), hacía que moviese su pie marcando un ritmo exageradamente veloz para sus capacidades biológicas.
La sorpresa recayó en todos nosotros cuando de la pupa salió un cuervo que instantáneamente abrió sus alas, miró amenazante a todos los espectadores y repentinamente, voló directo al cuerpo de Jef. El conejo quiso dar un salto, pero el ave lo tumbó de espaldas, comió sus ojos y la lengua, sus compañeros huyeron al ver el sangriento espectáculo, puesto que no contento con haber desayunado el globo ocular, siguió con sus manos y pies, parecía que no quería matarlo, sino que quedara inútil de por vida. El cuervo se saco las pulgas en una muestra de tranquilidad jamás vista, me miró a los ojos, yo estaba tirado cerca de un árbol, aterrorizado, inmóvil del pánico, pero con una extraña paz, sabía que en el mundo de los animales, ajenos a las leyes humanas, eso debería ser la justicia divina de la que tanto mienten los corderos. Nos fijamos la vista un tiempo, mi ansiedad se calmó un poco, y pareció entender que yo no lo juzgaría, abrió sus alas como pidiendo que lo admirara, y realmente, no había tenido tiempo de observar al precioso espécimen que estaba delante mio, desfiló un poco y entre los gruñidos afónicos del conejo voló.
jueves, 27 de octubre de 2011
Extraño Paseo Por El Coliseo (Pte 2)
Capítulo II: El humo y el Duende Negro.
Una glorieta que transpiraba helechos me introdujo a la sombra de un monolito en el centro de la plaza. Faltaban pocos minutos para el ritual, en mí, la displicente calma que sorprende a ligeros segundos de terminado el almuerzo. Observaba como la mañana, con una tranquilidad sinvergüenza, cambiaba de turno saludando a la tarde en igual o peor postura. Horario raro para que aparezca esa extraña criatura, noctámbula por naturaleza, se reserva el derecho a vista no por escapar, sino por comodidad. Igualmente, en medio de la fogata y la charla, atraído por el humo, hizo su aparición con su picaresca presencia.
El ritual era la simple comunión entre distintos y distantes fantasmas, que se juntaban antes de pertenecer al grupo de personas inflamables en el espectáculo. Se compartían vivencias, vivezas, todos en fraternal compañía, contando historias alrededor de la fogata, bebiendo el vino en un cáliz sagrado disfrazado de papel. Justo en el ombligo de nuestra congregación, como salido del humo mismo, el diferente a los de su especie, el Duende Negro, abrió sus ojos asomándose. Regularmente, suelen ser criaturas que con picardía, imparten la justicia que escapa de las leyes, vigilan la ley fuera de esta, esconden, asechan, aseguran, bromean, siempre bajo el pretexto de “mi actuar corresponde a su proceder”. Al contrario, nuestro visitante llegó con oportunista astucia, y carismática sonrisa, dispuesto a aceptar cualquier condición a cambio de una poco de distracción. Al parecer, lejos de querer entretenernos con sus tonterías y su ley, tejió con su magia cada rincón de la situación, tan rápido como apurado, tomo del cáliz, bebió de un sorbo casi todo su contenido. Llena su alma, ya nuestra pequeña presencia era prescindible; cometido el abuso, no quedaba más que la despedida.
Durante el saludo final, mi alma inquieta no pudo dejar de asombrase, al detener ese vistazo al rostro (que antes de parecía en constante cambio). Una nube de humo rodeaba toda su cara, su andar, su emoción y su cuerpo entero, como si el tiempo hubiese formado ese espectro para confundir a la gente, para escaparle, tal vez por ingrata o despistada. Al parecer, como todo duende, no podía escapar de su naturaleza, pero, detrás de ese manto como escudo, se veía un cuerpo deforme, como un niño diabólico que en el fondo de su alma, solo tenía mi reflejo.
viernes, 14 de octubre de 2011
...
Jugando al mismo juego
En veredas opuestas
Como nuestras espaldas
En medio de tanto tiempo
Jugando al mismo juego
Para no ver
Para no creer
Estamos en el mismo fuego
Sin parecerlo…
Apagandonos...
miércoles, 5 de octubre de 2011
La niña duende
Mi patio siempre estuvo habitado por diferentes animales ambulantes, de especies medias mutantes por así decirlo; que convivían de forma pacifica sacando las distancias e instintos propios de cada uno de ellos. Todos los días los alimentaba, jugaba un rato, los hacía sentir felices a pesar de su encierro voluntario, puesto que el fondo de mi hogar daba hacia el río que se escondía atrás de un pequeño cerco y unos árboles, por lo que podían entrar y salir cuando quisiesen. Cada temporada iba mostrando cuales se iban y sus reemplazos, pocos quedaban mucho tiempo; a demás, si bien quiero a esos bichos raros, no parece agradarles la idea de estancarse. Para ese fin tenía la pequeña cerca al fondo, cualquiera que se quisiera quedar, tenía solo que sorprenderme saltando esa cerca.
Así, luego de años, había visto yo casi cualquier espécimen de la selva de cemento, la fauna local, aves migratorias, diversas mutaciones genéticas, muchas ratas, en peligro de extinción o superpoblando el lugar; todos, o casi todos, hicieron presencia en mi casa. Con el tiempo, parecía que no había ningún animal nuevo que conocer, que debería migrar a otros horizontes (como me habían contado las aves que paraban de vez en cuando) para poder eliminar el aburrimiento que me generaba el patio, cambiante, pero con la misma fauna de siempre.
Un día de lluvia, apresuradamente, saqué a todo ser vivo que se interpuso en mi camino esperando que así se renueve la vida en mi patio, harto estaba de los mismos chillidos, ladridos, voces brutales, idiomas extraños, etc. No funciono, al pasar los días, solo se habían vuelto a ver a los mutantes, me ofusqué un poco, pero siendo los que mejor me caían fue como una depuración. Una tarde, mientras compartía historias con algunas de esas maravillas evolutivas, observé a una niña duende jugar entre las paredes de la cerca, me llamo la atención, no por su belleza, sino por su gracia y cuando se percato que la miraba, escapó. Pasaron los días, y esa luz que dejaba prendida por las noches por si aparecía, resultaba obsoleta; la oscuridad inundaba hasta las tardes que pasaba con los mutantes. Pensaba que era como esas aves pasajeras, que anidaban para mostrase y luego partían buscando mejores climas, o mejor comida. Un día volvió, sin esperarlo, pero nuevamente una visita precoz, un hasta luego y a la dulce espera. Una y otra vez conforme iban pasando las semanas, y meses, intercalaba pequeñas horas en compañía de la linda criatura y días de ausencia desmedida.
Si bien, mi primera impresión nunca fue refutada, lo que mostraba la duendecilla era diferente a cualquier otra especie que haya pisado mi patio. Cuando aparecía entregaba su magia a cuentagotas, ocultaba sus ojos rojos, y me hacía sentir que el patio era un lugar pequeño hasta para mi solo, me animaba a salir en busca de aventuras que a veces compartíamos, para luego jugar a las escondidas de vuelta. Podía pasar tardes enteras jugando en las paredes de la cerca, eso me pareció lo mejor; mi interés por la niña duende crecía con cada desafínate salto sobre el vallado, parecía indicarme que quería ocupar ese lugar, pero no; entraba y salía de el como quería, eso me apegaba y me separaba de ella dejándome inestable, confundido. Pasar de la alegría de despertar y ver sus ojos rojos y su sonrisa tímida, a seguir esperando en la ventana que se de una vuelta no estaba siendo bueno para mi, como un vicio que hace sentir su abstinencia. Una vez mas, apresuradamente, eché a toda la fauna de mi patio para renovar la vida, ahora no era monotonía el causante. La confusión en la que me encontraba nunca me soltó, me ataba a una eterna desconfianza sobre la niña duende, quizás acerté, o al contrario la duda hubiese sido mi ceguera; en cualquiera de los dos casos, desapareció de vuelta. Aún sigo esperando en mi ventana sin rastro de esa duendecilla, esperando más pequeñas horas de magia y ensueño que terminen con la sombra que pongo sobre su rostro.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Extraño Paseo Por El Coliseo (Pte 1)
Capítulo I: Voy al coliseo a prenderme fuego
Llegué de forma accidentada, no por ir a los tumbos, sino porque una rama relámpago rompió el paragolpes delantero del vehiculo hiriéndolo levemente, pero este, lanzaba molestos quejidos de dolor. Luego de evadir ciertas multas, degustaba las piñas que había llevado en la plaza del pueblo. Extraños fantasmas de lugares lejanos me acompañaron en el rito sagrado, al instante el Duende Negro apareció para hacer las paces; el encuentro fue tan pequeño como unas bocanadas de humo. Retomé mi postura erguida y caminé hacía el lugar predestinado a ser nuestro coliseo esa noche. En las calles, una muy heterogénea mezcla de opulencia y mal gusto; casas, personas prefabricadas y extremadamente amables (pero no chupamedias) dejaban un rastro lindo para vista y desagradable al alma. Los fieles discípulos del tirano del arpa esperábamos.
Entre palabras de mi mente, una combinación de colores, confirmaba lo que estaba pensando; el club local enarbolaba el oro y el negro. Una chispa creó la pregunta de obvia respuesta, ¿Dónde estaba eso que contrastaba rotundamente con el oro que mostraban los otros? Sabía sin ningún lugar a dudas que en ese pueblo había algo que molestaba al gringaje, que dejaba a los habitantes ese vino picado que tomaban todos los días. Solo faltaba encontrarlo.
Esquivando centinelas llegue a una de las puertas del asombroso estadio. De mala gana me dieron las indicaciones para ingresar por el lugar correcto, seguí caminado. El viento se puso molesto, pero era divertido ver a las ninfas tratando de mostrar sus rostros a pesar de sus cabellos. Eso que tanto duda me generaba no tardó en iluminar su cara, como imitando a esas niñas. Desbordado de los químicos que vomitaban las fábricas grises, se encontraba una fosa como herida abierta, la eterna separación de ese pueblo que parecía predestinado a la cómoda infracción de dar la espalda.
Continué mi camino observando como esa herida me dejaba al margen de lo que me era fértil; en la vereda opuesta, bajo las luces de los restoranes de ratones de traje y corbata, los vicios caros, de la falsedad del trabajo y la ganancia, de la plástica felicidad inerte. De esas mismas alegrías alérgicas carecían los habitantes de la otra orilla, quizás la mejor parte de ignorar una existencia es la libertad que se le da a esta, algo que sabían explotar. Enérgico, escapé de los tentáculos de la mediocridad enriquecida de baratijas costosas y brillantes, dando la espalda a las espaldas de los mediocres y penetré el puente que cosía el poblado como si se tratara de una sutura desorganizada. Viendo los chaperíos, tirados perezosamente a la sombra de nuestra futura hoguera; donde la gente era sinceramente abierta, y brindada su espíritu a cambio de nada; sentía que estaba mas cerca de esa profecía de ricota que sonaba en mi cabeza. Esa noche el calor de las llamas no las comenzaría el tirano, sino su arpa…
viernes, 26 de agosto de 2011
Rabioso Roedor Rodea
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Una casa, mas garras
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Sin garras que lo tomen
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jueves, 28 de julio de 2011
Interferencia en mi Walkman Nº1
miércoles, 20 de julio de 2011
DESALINEADO
Estas volando bajo y arriba, solemne, esta ella; y tres metros que no sabes escalar. Parado sobre espejos, resquebrajantes, a punto de cernirte en abismos admiras una figura bellamente desconocida mientras por el techo crecen las plantas.
Frío, mucho frío, tus huesos cristalizados te piden movimiento, mientras caminas sobre pasos nada firmes. El humo de la ciudad te sirve de muy mal abrigo y estas apunto de caer.
Ella te da la espalda, el cristal que los separa te refleja, descolorido como una hoja de otoño, como una brisa avisando la inminente tormenta.
Sorteando obstáculos buscas la segunda perdida de tiempo, y ahora el espejo se transforma en agua, espero que sepas nadar. Cierra su ventana como despedida abrupta de algo que no fue, y la lluvia te besa la frente pidiendo perdón.
Regresas desalineado sentimentalmente, con un despeinado moderno gracias al viento.
Sonaba en la radio que escuchaste al cruzar por la esquina del semáforo.
jueves, 16 de junio de 2011
Don de eternidad
jueves, 24 de marzo de 2011
viernes, 25 de febrero de 2011
Mi Canción
Mi canción se canta en bocas cerradas
promesas erradas o viejas perreras
No es de alabanza y avanza
cortando toda esperanza y se lanza,
mejor musa que atada
Mi canción se calla las verdades
susurra, y siempre omite detalles,
cruza calles, crea distancia
necesita, avisa y desperdicia
solo ve tu espalda
Mi canción se diluye mientras
busca un eco para escuchar,
hoy ya no te añora e ignora
pasó mucho tiempo esquivando las horas
la maleta que empaca
Minúsculas partículas de ser así
desparramo en la gente por ahí
“siempre fui menos que mi reputación”
un clásico que se repite en el
silencio de mi canción
No amo, no creo, no supero
no miro, ni te mimo, no te sigo
no me animo, ni me mido
Si, te observo siempre a lo lejos
siempre inmutable y tan amable
como dicta, siempre inalcanzable
Mi canción nunca es justa para vos
mi canción calla tu arrogante voz
no mata, no hiere, no te quiere
mira girando hacia arriba e imagina
la sombra que me estremece
domingo, 13 de febrero de 2011
Los Amigos de Ana
Los amigos de Ana
Vienen y se van,
Están y no están,
Se esconden, florecen, aparecen,
Jardín de sueños imposibles
Los amigos de Ana,
Rezan pero no predican,
Crean sombras diarias,
Persiguen, acosan, molestan,
Brillan, se apagan y borran
La sonrisa de Ana
Bajando escaleras, mira al cielo
(Ella pertenece al cielo), solo en sueños.
Los amigos de Ana
Vienen a buscarla
Los amigos de Ana
Rara vez la ven
De día, a la luz de sol,
(Casi nunca hay espacio para los dos)
Solo en rara ocasión.
Los amigos de Ana
Vienen y se van,
Están y no están
Porque ella va mas allá
Y no creo que la quieran alcanzar
En los caminos de Ana
Subiendo a los techos, mirando el suelo
¿donde estarían sus pies? Están lejos.
Los amigos de Ana
No pueden Alcanzarla.
Las heridas de Ana
Se crean solas,
sangran, y pintan
Paredes testigos de sus males,
las rejas filosas de su jaula.
Los amigos de Ana
Quieren Llevarla,
Arrastrarla, aplastarla.
La distraen, asustan, deprimen,
Tiene pesadillas y ya no quiere dormir.
En el fondo ella sabe como sobrevivir
A los amigos de Ana
Desinhibiciones botella sobre la mesa
Otra noche que se pierde en este extraño hueco de mala muerte, pero que me proporciona la calma necesaria para retirarme del remolino de la noche que paso. Una vez más, la calle me ignora dejándome sentir la brisa de rostros borrosos pasando en procesión frente a mi rostro, algo viejo, no por los años, sino por todas las expresiones que se han perdido con el tiempo. Anexado a eso, una silueta capta toda mi atención, me abstrae, me hace cambiar de parecer y perecer. Una sonrisa imaginaria que aparece como un comercial en la TV bizarra de mi cabeza.
Tal vez por tu andar, tal vez por tu sentir, sensibilidad al fin. Esa forma básica de conveniencia tuya, ese llevar de manos. La catarsis y los enredos. Tus dudas y certezas. Que no estas y que sos fugaz. Que fuiste arena entre mis dedos. El error, el “hasta la sinceridad puede ser mala”, el seguirte la inocencia. El saber que tu cabeza es la que te impide disfrutar el hermoso ser que sos. Melancolía que aparece al estar al costado en todas tus mesas de apuestas fuertes. Esa negación a mirar al rededor, de escuchar consejos, de sentir amores kamikazes. Tu espalda, tu aroma, aciertos y desaciertos, la otra cara de la luna.
Un lamento, un títere que esta controlado por el azar, de un juego con cartas marcadas. Frente a la ilimitada cantidad de caminos sin recorrer. Vos muy al costado de la ruta que yo sigo, pero a la vez tan necesaria. Una garita sin ruta, una ruta que termina en un zanjón, una pequeña muestra de helado de sambayón. La caja que dice no tocar, acostumbrado a mirar la espalda del penúltimo. El helicóptero de un gobierno que se cayo, y vos mi CGT. El avión que choco la torre y vos mi terrorista. Un trago que recuerda lo bajo que uno puede caer, el ver el fondo del mar sin escafandra, colgar de una percha frente a la vidriera mas vista de la ciudad.
Tal vez solo sean las conclusiones de algo imaginario, que no sea real, que mi distorsión de realidad actual me este confundiendo, pero es lo único que me quita la mochila del “mañana va a ser igual a hoy”. ¡Confesión!, ¡Confusión!, Confección de una trama de personajes girando como una ceremonia vudú. Uno los sigue, si al final, siempre termina igual. El día asoma, las hormigas salen a ganar el capital que tanto necesitan, la ciudad comienza el ida y vuelta de desamores laborales, cuando salgo del hueco.
Los fantasmas por ahora no están, estoy contento por eso, vuelvo a mi casa y me duermo, mañana será otro día, mientras, suena en la radio… “…que podría ser peor, eso no me arregla…”
martes, 1 de febrero de 2011
LA DENSIDAD DE LAS PENAS
Cuando la tinta mancha el papel, caen en cataratas ostentosas, recuerdos como bichos en un parabrisas. Testimonios, anhelos, viajes sin destinos fijos en que la suerte y la procesión marcaban las cartas del juego arreglado. Espejo roto, rasgando imágenes difusas de algo parecido a mí. Sabanas frías y vacías de abrazos, claustrofóbico en medio de tanto vació.
Compañías agridulces interrumpen el lapsus de mi mente divagante, la botella rota de tanto sarcasmo ajeno. Tus pupilas distantes y el aroma faltante vuelven como violentos fantasmas, dispuestos a llevarme al primer callejón, al primer bar, a la primer calle sin salida.
Mañanas deseando que no termine más, noches deseando olvidar el lugar y la ocasión. Las calles se contraen y se encierra todo el contacto exterior a una voz distante y disonante. Rompen el hielo en un coktail de miserias y errores propios que el primer disparo no pudo clamar.
Entre vaso, mozo, tristeza, vaso, mozo, tristeza y mozo; las penas flotan ya que son menos densas que el alcohol.
La noche se define por penales y ciego, debo tapar mi arco a una nueva derrota. Una fugaz melodía, una fecha en un almanaque, cosas que me debilitan, distraen y confunden. Otra vez, no ví por donde pasaba la pelota. Otra vez la noche me dejo a sus pies, tirado, borracho y sin destino.
La mañana llega y las penas vuelven. Abro los ojos en mi cama mientras las cosas retoman sus formas normales.
Ya no reconozco a la persona que me observa desde el espejo.
De Fuegos, guerras, y de Noches y Árboles
En su boca la saliva comenzaba a escasear, y la sed, presurosa, lo atacaba como un NAPALM en Vietnam. El fuego, saturó su espina distribuyéndose, sin demora alguna, hacia cada Terminal nerviosa de su cuerpo.
Vodka, un té, o tal vez una mente bárbara y rabiosa con aires de atacante a sueldo, podían ser la causantes de su infierno, subtitulado de frases hechas y carcajadas de loco (tal vez demasiado loco, o demasiado real)
No sabía el camino, pero calles ya transitadas le indicaban que no estaba por la vía incorrecta. El camino se estrechaba, y un veneno en el éter comenzó, como insaciable vampiro, a erosionar lentamente la vida y el día.
A pesar del horario rutinario que indicaba el comienzo de la tarde, la luna y sus ojos de estrella taparon el día, como una madre arropa a su niño cernido en abismos de fantasías oníricas. Los árboles se despojaron de sus hojas sabiendo que sin ellas sus problemas se irían.
El mismo veneno toco las puertas de su alma, pero tuvo que entrar por boca, yendo a los pulmones y su cerebro, ¡SI!... ¡A SU CEREBRO!
Otra guerra, el veneno y una mente envenenada por dudas, certezas y crudas realidades. El batallón más grande ganó.
Y así, El, como el árbol se despojo de sus problemas, entonces pudo ser arropado por la noche y cernirse en abismos de fantasías oníricas… Pero despierto, mirando a los ojos a la noche.