lunes, 20 de agosto de 2012

Proceso de autodestrucción de un Fortín



Proceso de autodestrucción de un Fortín (Parte I).


Soy soldado, y sirvo para el 3er regimiento de caballería, habito en el Fortín El Libertador, en diarios podrán  leer como es la vida, que tenemos a nuestra disposición, y a que nos dedicamos, así que no voy a ser muy detallista en esas cosas, realmente no se que pasará dentro de los próximos diez minutos, no tengo garantías de que termine este pequeño informe (si se puede llamar así), ni mi vaso de vino. Llegamos hace  seis meses, la comida y la paga variaron en tiempo y forma, soportamos grandes malones, entre los cuales habremos matado alrededor de 900 indios en lo que llevamos en el desierto, recibimos mas salario por cabeza, es la motivación de toda la tropa, pero no para mí, observo como los otros soldados van al frente queriendo hacerse rico mientras, en realidad, solo acrecentamos las arcas de quienes nos gobiernan.

Hace dos meses que no hay malones, por suerte, una patrulla llegó el mes pasado, y comunicó que no quedan asentamientos peligrosos de indios alrededor de 15 Km, fue un gran alivio en esa época, pero también el génesis de nuestra autodestrucción. La falta de trabajo y el resultado del último malón (cuatro de nuestras mujeres secuestradas por la indiada, treinta y cinco soldados muertos o desaparecidos), están transformando esta posta en el desierto en una caldera a punto de estallar. Desde hace días que no hay alimento, hará tres semanas  se encontró un caballo muerto de forma dudosa, que, ante la necesidad fue directo al asador, por ese “crimen-favor” fue encarcelado y desprestigiado un Coronel. La desesperación encuentra humus fértil en la desconfianza a las órdenes impartidas, algunos creen que el general está planeando irse a Chile y dejar a todos esperando un relevo que nunca llegará, otros creen que en realidad no abandonaron a nuestra suerte, (para ser sincero esta carrera militar de por si es estar abandonado a la suerte). Algunos mensajeros que enviamos pidiendo refuerzos o provisiones no han regresado, ni hay correo con el exterior, se susurra que cuando llegan a otros destacamentos piden asilo para no volver o son interceptado por los pocos indios restantes y capturados o muertos.

En este caos interno dentro del fortín, se van contando cinco soldados muertos por problemas entre ellos, recuerdo al Cabo Ramírez clavando un facón por la espalda al Cabo Martínez en el medio de un pequeño asalto indígena, aprovechó la ocasión para matarlo, creo que esta acción puede reflejar el estado de las tropas. Al día de hoy solo quedamos doce soldados,  resistiendo lo que podemos y tratando de conseguir alimento. En la mañana de hoy, el Cabo Díaz pidió al General Gómez que nos sacara del lugar, que sufríamos más de la cuenta, que se apiade de nosotros, ya quedan muy pocas municiones, estamos cansados, algunos enfermos, pero siempre fieles a él; la respuesta fue lapidante, hasta que no tenga ningún poder dentro de la zona, nadie se moverá, a demás los mensajeros y los relevos llegarán pronto. No fue lo que ninguno de los diez restantes esperaban (yo no me cuento, solo quiero tomar un caballo y ser libre de todo esto en la inmensa pampa, los otros, quienes tienen alguna ambición militar, no lo entienden) entonces están planeando un motín. De ser así no se que haré.

Escucho disparos, el motín comenzó…



Proceso de autodestrucción de un Fortín (Parte II)


Pasaré a relatar lo que fue de nuestro caos en el Fortín El Libertador. Después de escuchar los disparos, corrí hacía la armería, entre el fuego cruzado no miré quien disparaba, solo me preocupé por buscar mi fusil. Conseguí el armamento propio, me acomodé cerca de una ventana para observar la situación, en el interior del fortín, barricadas adentro se había desatado una guerra como era de esperar. Mientras cinco soldados disparaban desde el almacén  al frente del Fortín central, otros cuatro iban tomando diversas posiciones estratégicas, como las caballerizas (cosa que obviamente fue muy fácil de lograr) faltaba uno, que luego vi salir del destacamento tambaleante hasta que una bala de sus compañeros lo terminó de matar. Pensaba que era mi oportunidad, robaría un caballo y me iría a la libertad de la extensa pampa, con sus ríos, animales salvajes, pero ese pequeño trance onírico fue interrumpido por Díaz, quien trató de convencerme de asesinar al General y que la Armería estaba tomada, mi respuesta fue un disparo en el pecho y Martínez, que estaba cerca alertó al resto de los soldados, a esta hora ya solo quedábamos diez divididos en dos bandos, quienes pertenecían al motín y los que intentábamos sobrevivir.

Salí por una ventana trasera, no sin antes quemar algo de pólvora para incendiar la armería, para suerte mía cuando explotaron algunos suministros de balas se encontraba  un cabo dentro. Fui haciéndome lugar entre los disparos hasta llegar al destacamento central para ayudar a Gómez. La situación a esta parte, era difícil, el mangrullo estaba ocupado por un soldado, cinco hombres dentro del almacén, y el que restaba, disparaba desde las caballerizas. El fuego se expandió rápidamente, y quemó un pequeño tramo de barricada, lo cual podía ser una vía de escape, ya que la puerta principal estaba bien vigilada desde el mangrullo. Desde la habitación donde estábamos, mientras disparábamos, trazábamos un plan para escapar, pero nada de eso fue posible, se escuchó un estruendo y al ver por la ventana, quedamos estupefactos con el espectáculo, un pequeño malón (pero suficiente para ser una gran catástrofe) intentaba asaltar el fuerte, comenzó una balacera dentro del interior del fortín que nunca habíamos imaginado, Gómez y yo tratando de cuidarnos las espaldas mutuamente, indios y soldados luchando entre ellos afuera. Pude observar que dentro de las filas Aborígenes, se encontraba Ramón Camargo, un cabo que había desertado, por suerte escuchó mi grito y acudió a nosotros para brindarnos su apoyo, pudo matar al soldado sobre el Mangrullo y a dos Cabos dentro del almacén.

Luego de una hora, unos cuatro indios dieron retirada muy mal heridos, nuestros enemigos sumaban solo tres hombres (dos en las caballerizas y Martínez en el almacén); nosotros, casi sin municiones y con Camargo muerto. Martínez desde el  almacén pidió a sus compañeros (un Mayor y un Cabo) que empiecen a preparar los caballos, y que los sacaran de ahí, si los caballos se asustaban y huían, sería nuestra condena. Ya casi no quedaba  barricada, estábamos cercados por las llamas y la próxima parada de estas serían las caballerizas. Lo que alguna vez fue la mayor estructura defensiva de la región, estaba quedando consumida en cenizas, y su fuego nacía desde la misma naturaleza corrupta que la vio nacer, de sus hijos enfermos de poder, y de sus dirigentes incapaces. Entraron dos indios mataron al cabo en la caballeriza y robaron casi todos los caballos. Quedando solo un animal el Mayor lo hacia el  mangrullo, mientras disparaba hacia nuestra habitación que comenzaba a quemarse. El general Gómez ya cansado, herido en una de sus piernas, me dio la orden de encargarme del soldado que cuidaba el caballo, salió por una ventana trasera corrió en dirección del almacén, yo brindé fuego de cobertura. Al verlo entrar, rápidamente apunté al mangrullo pero no encontré a mi enemigo, desenfundé mi facón y salí a buscarlo. El Almacén tomó fuego inmediatamente de ser alcanzado por las llamas, lo cual me distrajo y sentí el frío sabor a traición cuando fui alcanzado por un disparo por la espalda en mi hombro. Caí, un poco aturdido entre las llamas, el humo denso, imaginando como había llegado yo a esto, nunca entendí porque me dediqué a la carrera militar si yo quería ser un gaucho libre en la pampa, ¿porque favorecía al alambrado y a que la naturaleza tenga un dueño que explotaría al resto?,
¿Porque estaba casi muriendo en un fortín en llamas lejos de mis viejos anhelos, y sin haber bebido el manantial de la libertad?, orden y acción solo eso. No sé cuanto tiempo estuve en el suelo, pero vi al Martínez correr en llamas y caer en un pozo lleno de estacas, localicé al Mayor  que me había disparado, corriendo a un costado, cuando llego Gómez a socorrerme. El traidor disparó por la espalda al General, quien muriendo me salvó.  Un reflejo, quitarle la pistola a mi compañero, apuntar al Mayor, disparar al medio del pecho. Lo poco que quedaba en pié se terminó de consumir mientras un sueño prematuro hacía cerrar mis ojos, quizás era la muerte abrazándome como partera recibiendo a un niño.

Desperté y era casi de noche, rodeado de escombros, muertos y brasas aún ardientes, recogí cualquier cosa que me ayudara a comenzar mi nuevo camino, solo un par de armas y municiones, algunas cobijas, y elementos para cocinar, observé al caballo, asustado todavía, hambriento como yo, lo monté y sin mirar atrás, los primeros pasos de mi libertad ya estaban en marcha.

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